domingo, 20 de abril de 2008

El fenómeno de las deslocalizaciones de empresas: un factor más en la reestructuracion de los mercados de produccion y servicios.

Por el Comité Confederal de Galicia de la CGT,
Teresa Vázquez Arias, Secretaria General.

1. BREVE CONTEXTO HISTÓRICO - SOCIAL DE LAS REESTRUCTURACIONES.

Históricamente, el ordenamiento laboral ha facilitado a los empresarios las medidas que, tanto en situaciones de crisis económicas (años 75/82), como en los períodos de modernización de sectores industriales clásicos industriales (naval, acerías, electrodomésticos, automoción, etc.), hasta llegar a la década de los 90 y posterior, donde la competitividad y la liberalización de los mercados exige reducción de costes, posibilitan la salida masiva de trabajadores/as del mercado de trabajo: Los Expedientes de Regulación de Empleo (EREs) y los despidos individuales. Estas medidas son comunes a todos los sistemas comparados de la UE, con las diferencias en algunas legislaciones nacionales en lo que se refiere a la tutela externa –intervención de las Administraciones Públicas- o la autorregulación negociada de las partes –empresarios y sindicatos-.
En los períodos recesivos o de crisis, fijándonos en los más significativos (década del 73/84), siendo el año 1973 el cual marca el inicio en el cambio del ciclo económico con el incremento de las materias primas (petróleo), la crisis es general y estructural en la industria europea debido a varios factores: cambio de tendencia en el desarrollo tecnológico (obsolescencia industrial), incremento de precios industriales, energéticos y de productos básicos, inflación de costes y crecimiento de los precios en general. Las consecuencias son nefastas para todo el sector industrial. Se invierte en aquellos procesos industriales intensivos en capital, es decir, en los que menos mano de obra se necesita y que sus costes laborales son bajos, dando como resultado que las empresas más dependientes de mano de obra sean expulsadas del mercado (cierres y desaparición de empresas), contribuyendo de esta manera a sumar destrucción de empleo al desempleo estructural. Inflación, estancamiento y paro son las señas de identidad de este período. El desempleo se convierte en estructural y las plantillas aparecen como netamente excedentarias, destruyendo cientos de miles de puestos de trabajo que, por lo general, son personas mayores de 50 años.

2. LA MODERNIZACIÓN Y LA UNIÓN EUROPEA: el mercado único europeo, el plan de estabilidad y crecimiento, la ampliación de la UE.

El objetivo central de las políticas empresariales, legitimadas y avaladas por los estados, desde el Tratado de Maastricht en 1992, pasa a ser la competitividad. La aplicación de las políticas monetaristas en la zona europea, debilita los sistemas de protección social (prestaciones desempleo, educación, servicios públicos, pensiones, sistemas sanitarios, etc.), precariza y desregula el mercado de trabajo y liberaliza los mercados de servicios (la energía, telecomunicaciones), así como se avanza en la privatización de los servicios públicos con el fin de competir en la economía globalizada con el bloque económico dominante, los EE.UU. El Informe de la Comisión Europea de mayo de 2003 insta a los gobiernos de la UE a acometer profundas reformas siguiendo la lógica del capital la cual determina el cómo se produce, obligando a adoptar las condiciones sociales y laborales para que los costes sean los adecuados a un mercado global cada vez más competitivo. Las razones empresariales, se mueven en este esquema: “… ante mercados liberalizados y producción/distribución de mercancías cada vez más globales, se hace necesario ganar cuotas de estos mercados donde la competencia cada vez es más desigual y más feroz. Para ganar cuota de competitividad e incrementar el margen de beneficios, la reorganización de las empresas conlleva “necesaria e inevitablemente”, reducción de costes. Se hace necesaria la salida masiva de trabajadores/as estables, los cuales imputan costes salariales y sociales muy altos que imposibilita la libertad de movimientos del capital y la no flexibilización de las condiciones de trabajo.” La reducción de costes laborales se logra por distintas vías. La vía “más eficaz” que se utiliza es la de los despidos. Despidos que pueden ser individuales, colectivos o bien los EREs. Las consecuencias son dobles: Por una parte de orden interno, sustitución de empleo fijo y con derechos por empleo precario y vulnerable y, por otra, se externalizan parte de los costes a los sistemas públicos de prestaciones (desempleo contributivo y asistencial). Las últimas reestructuraciones llevadas a efecto por las grandes empresas, fundamentalmente durante el año 2003, los ajustes de plantilla les ahorran entre un 20% y un 30% en los salarios de los trabajadores/as regulados/as. La paradoja aparece en estos períodos al realizarse el ajuste no para salvar o viabilizar las empresas, sino que el ajuste se lleva a efecto para ganar cuota de mercado y ser más competitivos. Empresas con altos beneficios (Telefónica, Altadis, Iberdrola, Repsol, grupos multinacionales de componentes de automoción, la automoción, etc.) las cuales presentan desde hace muchos años cuentas de resultados muy saneados, son las que emplean los sistemas de ERES, despidos negociados, prejubilaciones, etc.). Al INEM (el sistema público de gestión del desempleo), la reducción de plantillas en las grandes empresas le cuesta unos 240 millones de euros al año en prestaciones de desempleo – contributivas + asistenciales-. Este coste se incrementa hasta los 600 millones de euros anuales, si se contabilizan todas las empresas (datos referidos al año 2003). A continuación, se pueblan las empresas de trabajadores/as precarios/as (contratas, subcontratas). No sólo se logra una reducción de costes sino que, al mismo tiempo, se hace desaparecer casi por completo la responsabilidad política-jurídica de las empresas principales. Donde antes existía una relación laboral, ahora sólo aparece una relación comercial. La razón de la competitividad, por una parte, destruye el empleo que no le es necesario (aquel que es reemplazado o absorbido por tecnología) y por otra, reestructura el mercado laboral con un determinado empleo: el descualificado, de bajos costes salariales y sobre todo, prescindible.

3. LA OTRA VÍA: la deslocalización de las empresas.

En el análisis de este “nuevo-viejo” fenómeno de las deslocalizaciones de empresas y capital, tenemos que partir de la paradoja central de la producción-distribución en el capitalismo. Por un lado, la urgencia de la búsqueda de incrementos añadidos de productividad por parte del capital, da lugar al nacimiento de un aparato de una sofisticación tecnológica considerable que vuelve la producción y distribución de mercancías, bastante independiente del trabajo humano directo, abriendo la posibilidad de reducciones a gran escala del tiempo de trabajo necesario a escala planetaria y produciendo transformaciones fundamentales en la organización del trabajo. Las nuevas formas de organización empresarial -descentralización productiva (contratas/subcontratas), externalización-, multiplican los centros de imputación de cargas y responsabilidades y diversifican los poderes de organización empresarial. La unidad empresarial desaparece y la figura del empresario –sujeto imputable del conflicto de intereses- se difumina, resultando difícil conocer la identidad y la ubicación del titular de los derechos y deberes nacidos de la relación salarial y así se pierde la transparencia que el principio de seguridad jurídica requiere. Así nos encontramos que el trabajador/a, no puede prever de modo alguno como evolucionará su empleo y sus condiciones de trabajo y de vida. La precariedad, la arbitrariedad, “la contingencia y la aleatoriedad” son el lazo que estrangula al trabajador/a con el empleo, es decir, una seña de identidad del asalariado mismo. Pero, a pesar de esa producción-distribución tecnológicamente sofisticada y la huida del trabajo manual, no significa una liberación del trabajo fragmentado y repetitivo de la mayoría de los individuos. De igual manera, el tiempo de trabajo no se ve reducido en un nivel social general, sino que resulta distribuido desigualmente, inclusive incrementándose para muchas personas (lo que sucede en los países destinatarios de las deslocalizaciones del capital e incluso en los primeros mundos, donde los asalariados invierten más tiempo de trabajo para obtener rentas suficientes comparativas a otros momentos históricos). La mundialización (globalización de las economías), fomenta el aumento de los flujos comerciales, lo cual se manifiesta en la cada vez mayor importancia de los intercambios de componentes y del comercio intra-industrial. Los nuevos ajustes en las estructuras productivas en los diferentes países, permiten que las ventajas comparativas se internacionalicen y aumenten las ganancias en términos de eficiencia y productividad. Las posibilidades de crecimiento para las economías se amplifican. Los flujos monetarios y la virtualización de las economías las hace desligarse de sus vínculos materiales y así, dependen cada vez en mayor medida de las innovaciones tecnológicas. La mayor movilidad del capital y su transnacionalización dan lugar a una asignación más eficiente del ahorro mundial y provoca el deterioro de las condiciones de trabajo tanto en los países centrales como en los empobrecidos o “en desarrollo”, con la consecuencia añadida ya comentada, el resquebrajamiento del poder sindical. Nos encontramos en un escenario en el que los precios a la baja es la tónica general (eficiencia en el ahorro mundial), cuando lo que se busca es acaparar una porción mayor de los consumidores. Si los precios bajan, también lo hará la rentabilidad del capital en cierta medida, a no ser que las ventas se desborden –no suele ocurrir-, o a no ser que los costes de producción se reduzcan. Y sin fronteras de por medio ni límites legislativos en la economía globalizada, la mejor manera de reducir los costes laborales es trasladándose allá donde la mano de obra sea intensiva y barata, la tecnología suficiente, la jornada de 12 a 14 horas y los sindicatos o la fuerza contractual de los/as trabajadores/as no exista o se encuentre muy debilitada. La actividad empresarial multinacional o global en lo relativo a la localización del capital (dónde invertir, dónde producir, cómo producir, etc.), depende de distintos tipos de factores. En primer lugar, del bien o mercancía que se trate y al coste que se produzca. En segundo lugar, depende de los costes de transporte y de los costes de las barreras aduaneras. Las empresas multinacionales se están volviendo más fuertes que los propios estados nacionales y éstos son cómplices y corresponsables de este gran poder. Por lo general estas corporaciones internacionales resultan inmunes a los controles “democráticos formales” lo cual limita las acciones de los gobiernos nacionales. Según la ONU más de la mitad del comercio mundial proviene de empresas multinacionales y más de un tercio de este comercio se compone de transferencias de bienes entre distintas ramas de la misma multinacional. Nos encontramos que, dos tercios de las transacciones internacionales en bienes y servicios combinados dependen de las operaciones de empresas multinacionales. En el Estado español la mayor parte de capital “exterior” que llega, procede de la UE y de EEUU. Es decir, el comercio de capitales –la movilidad de los mismos-, se realiza entre los grandes bloques económico-políticos y, los propietarios de esos capitales (multinacionales, grandes corporaciones) los trasladan allí donde sus ganancias crecen o tienen expectativas de hacerlo, revertiendo el valor añadido a los centros (países centrales) donde las multinacionales tienen fijadas sus sedes sociales.

4. ¿DÓNDE SITUAR LA ACCIÓN SINDICAL?

En este contexto de liberalismo y desregulación; de competencia sin límites entre zonas, regiones, países, bloques, trabajadores del primer mundo compitiendo con los de los otros mundos… no resulta ni sencillo ni fácil situar la acción sindical-social. La migración de los capitales, hoy re-denominados “deslocalización de empresas”, han sido un hecho a lo largo de los doscientos años de existencia del capitalismo. Lo novedoso del efecto deslocalización es el marco político global (mundialización de la economía) existente. Que las empresas han ido y vienen, que desplazan producciones intra-fábricas, con independencia en qué lugar del mundo se encuentren en función de la lógica del máximo beneficio, no nos dice mucho si de lo que tratamos es de comprender por qué este efecto perjudica seriamente no sólo a los trabajadores de los países centrales sino al conjunto de los asalariados. La nueva organización del trabajo posibilita al capital obtener ganancias de una manera y una forma bastante diferente al modelo anterior. Varios factores –entre otros-, lo explican: la desaparición del estatuto protector del trabajo y la ausencia de límites –regulación- en el movimiento de capitales. Aquí se cierra el nudo gordiano a la hora de enfrentarnos a las deslocalizaciones. Algunas estrategias sindicales se sustentan en la aceptación de, o bien la rebaja de los salarios, o bien la intensificación en sus ritmos de trabajo y la flexibilización del tiempo de trabajo, o ambas cosas a la vez. Considerar que estas estrategias resuelven el problema de la mayoría social es considerar que la aceptación de la lógica del capitalismo es la solución. Es decir, adoptar estas medidas que requieren los capitalistas nos lleva sencillamente al desastre. Estas estrategias se mueven en la lógica del capital, pues crean las condiciones para competir en costes y desaparece la necesidad de la deslocalización de forma coyuntural hasta que cualquier otro elemento productivo (organización, tecnología, etc.) posibilite una mayor porción de ganancia (elevar su tasa de ganancia) en el sector y entonces se vayan. Este es el juego, la lógica “inmutable” del capital. Seguramente los/as asalariados/as de los países destinatarios de las deslocalizaciones tengan visiones “materiales” radicalmente opuestas, pues sus expectativas de mejoramiento del precio de su mano de obra y de las posibilidades de empleo, se van al traste. Frenar las reestructuraciones de los mercados de trabajo por cualesquiera que sean las vías que el capitalismo utiliza (Expedientes de Regulación de Empleo, despidos individuales, externalizaciones, deslocalizaciones, etc.), requiere de una voluntad sindical capaz de enfrentarse a la lógica del mercado capitalista o, dicho de otra manera, que las relaciones sociales que conforman y en las cuales se sustentan las relaciones salariales, tienen que ser bastantes diferentes. La estrategia sindical tiene que ser capaz, no sólo de mostrar la gravedad de unas políticas que en nombre de la competitividad y el libre mercado destruyen cualquier relación social basada en el respeto por la democracia y los derechos colectivos –de todos y todas- y la libertad, sino que, además, tiene que actuar, desplegando fuerza suficiente como para interrumpir esta barbarie. Hoy se nos hace necesario dar respuesta a esta nueva ofensiva del capitalismo globalizado. Respuesta que cada vez en mayor medida debe ser internacional y solidaria ya que el estatuto protector del trabajo tiene que ser para todos y todas. Desde CGT tenemos que ser muy claros: queremos trabajos para todos y todas y en todos los sitios. Queremos y peleamos porque las condiciones de ese trabajo se desarrollen de forma equivalente (jornadas, salarios, derechos sindicales, derechos políticos, derechos sociales, etc.) y se respete la protección del trabajo de forma internacional. Nuestro sindicato no actúa en la lógica de la segmentación y la flexibilización de los modelos productivos, pues aumentaríamos y seríamos corresponsables de incrementar la división del mundo entre zonas de integración (empleo estable, empleo con derechos y empleo con bienestar) y zonas de vulnerabilidad y desafiliación social, que cada vez se amplían más.

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